18 mayo, 2024

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Ramón Centeno | Una carta para GABRIEL

Amigo Gabriel: Sobre la cama tengo un sobre. La verdad son dos: en el primero me han enviado todas las actas del juicio.
Ramón Centeno -en silla de ruedas- y Gabriel Guerra, presos en el Comando Antidrogas

Amigo Gabriel: Sobre la cama tengo un sobre. La verdad son dos: en el primero me han enviado todas las actas del juicio.

Las he leído con el alma y me sentí ahí, junto a ti, en el banquillo infame de los acusados, sintiendo a Dios.

En el segundo sobre, estaba esta carta que escribí para un momento más o menos parecido a éste. Creéme; pensé que nunca llegaría, pero llegó como esa noticia que jamás quieres escuchar ni escribir. Espero leas con atención.

Una hoja impregnada de tinta recogió tus palabras. Palabras llenas de miedo, frustración y angustia. Letras sueltas que se acumularon por más de dos años en cautiverio y anidaron en algún lugar de tu corazón.

Un corazón joven y libre encerrado sin razón. En esa hoja estaba un grito de auxilio que no quisieron escuchar en el juicio y por ende, transcribieron lo que ¿sus almas pedían?, pero yo, Ramón, sí logré escuchar – desde esta cama de hospital- lo que tu conciencia repite desde que empezamos a vivir el duro horror de una prisión de donde con la justicia huyó la misericordia.

Gabriel Enrique, apreciado hermano: Yo te escuché. Tan claro que puedo repetirlo una, dos y muchas veces más:

¡Soy inocente, soy inocente! Pero ellos estaban sordos. Sordos de irá, de venganza. Sordos por cumplir una orden y por eso, los de esa sala escucharon esto:

“Señora jueza deseo admitir los hechos no porque sea culpable sino porque ya han transcurrido 2 años y estoy perdiendo mi juventud , ya no me importa demostrar mi inocencia y solo quiero demostrar mi libertad. Estoy metido en esto solo por acompañar a un compañero que no podía caminar. Yo no soy periodista, pero de verdad ya quiero salir de esto”.

Y de inmediato te condenaron. Te condenaron a seis años.

Déjame nuevamente secarme las lágrimas y volver a escribir. Permíteme volver a respirar y desacelerar el ritmo del sístole y diástole.

Ahora sí.

Estimado Gabriel: Con un ardor de convicciones generosas expresadas con intensa sinceridad en una prosa musculada y firme quiero recordarte que contigo pasé horas, largas horas de gratos recuerdos, como por ejemplo aquella vez que me ayudaste a perderle el miedo a unas andaderas y luego a un par de muletas para en lo siguiente, verme caminar.

También es oportuno rememorar los casi dos años en los que me atendiste dentro de aquella cárcel.

Gabriel, te agradezco porque gracias a ti pude mantenerme con vida en aquel depósito de seres humanos.

Gracias porque tomaste en serio la vida y la libertad. Por eso, ha sido una fortuna el haber podido estrechar tu mano leal y fuerte cuando todos se habían escondido.

Y sí, de lo único que te pueden culpar es de haberme acompañado a la realización de un trabajo periodístico porque la motricidad de mis piernas necesitaban de apoyo, como aún lo sigo necesitando. Pero como te decía en párrafos anteriores: están sordos.

El egoísmo de otros me aconsejaba callar, pero preferí mantener viva la protesta porque así me enseñó la sociedad venezolana, mi patria, mi suelo, porque lo contrario significaría un cómodo pasaporte para huir del esfuerzo y de la acción tenaz.

No me lo perdonaría. Por todo eso, sigo agitando las banderas de justicia y libertad: por ti, por mí, por los inocentes que están en degradantes cárceles.

Apreciado Gabriel: el año pasado salí moribundo de la cárcel hacia un hospital. Pero definitivamente seguía atrapado allí porque dejaba atrás a un compañero de lucha y eso lo es todo: la amistad.

Desde entonces me prometí no descansar hasta vernos transitando nuestras calles; tanto en Guárico como en Anzoátegui y así lo he hecho como ofrenda a nuestro pacto de engrandecer a Venezuela.

Mientras tanto, quisieron a través de un olvido logrado a fuerza de cobardía silenciar nuestra lucha y que sucumbiéramos ante una mentira que el tiempo va sacando a la luz y mire que ya está pasando porque “lo que va a ocurrir debajo del sol tiene su hora” y nuestro padre celestial no deja en vergüenza a sus hijos.

Es, entonces, todo este esfuerzo por la justicia el desquite del derecho hollado y de la libertad escarnecida. Es la espada aguda y desenvainada frente a un sistema que te va ahogando. Pero tú ahí, firme.

Gabriel Guerra: No sé cuánto te pudo haber pasado ni lo que sigues atravesando en la cárcel mientras yo sigo aferrado a la vida.

Pero lo que sea, respeto y admiro la valentía con la que te paraste frente a un tribunal para decirles que eras inocente pero que definitivamente no aguantabas más y soltaste un desesperado: ya no quiero demostrar mi inocencia sino recobrar mi libertad.

¡Qué fuerte y que digno Gabriel!

Sin embargo, para mí, lo único que asumiste ese día fue la hidalguía y la convicción de lucha por un país donde impere el debido proceso, el respeto a la dignidad humana y la no repetición de falsos positivos para culpar a inocentes.

Asumiste Gabriel el Gloria al Bravo Pueblo como coro contenido en un cuerpo encerrado y obligado a estar separado de tu familia. Obligado a no acompañar a tu única hermana en sus 15 años. A perderte el abrazo y el amor de las abuelas y el compartir con tus padres.

También asumiste el soltar la venganza y odio contra quienes cometieron esta infamia. Asumiste volver a amar pese a una condena mentirosa de seis años que, estoy seguro será revertida cuando logremos en el juicio la libertad plena. Así que, prepárate para volvernos a encontrar y renovar aquel pacto que se define en: luchar hasta vencer.

Twitter: @elboligrafo2

Ramón Centeno es Periodista secuestrado y preso político

Punto de Corte no se hace responsable de las opiniones emitidas por el autor de este artículo

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