19 mayo, 2024

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(Opinión) A un año de mi liberación … Por Nicmer Evans

Después de un año, suelto pero aún no libre, mi liberación ante la injuria de “odiar”, cuando mi objetivo principal ha sido la reconciliación con justicia y sin impunidad, no solo se consumará habiendo salido de esos sótanos infernales, sino cuando todo un pueblo, mi pueblo, se libere de la opresión de quienes no solo odian sino que tienen el poder para que su odio sea ley.
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Caracas, 1 de septiembre de 2021.

nicmerevans@gmail.com

@nicmerevans


Esos 51 días en los sótanos de la DGCIM, así como a cualquier preso político, le dieron a mi vida una nueva perspectiva de ver la capacidad de resiliencia del ser humano.


El encierro forzado, basado en una mentira engendrada para reprimir, acallar, humillar, torturar, contrastó con el contacto con seres que en su mayoría, en la misma condición de prisioneros políticos como yo, decidimos acompañarnos para resistir al vejamen contra nuestros valores, y afrontar con entereza el destino que viven los que en dictaduras decidimos no solo pensar distinto, sino actuar en función de ello, incluso a costa del aislamiento y separación de nuestras familiares, amigos y compañeros de lucha.


Ese abrazo que recibí apenas al entrar en el sector C de los sótanos de una cárcel política que debe desaparecer pronto, donde sabía que me encontraría con hombres torturados física y sicológicamente, ese abrazo de quienes te esperaban sabiendo lo duro que sería todo, fue el abrazo de la lucha por la libertad.


Lo más difícil de esos días no fue dormir en el piso, contagiarme de Covid-19, la fiebre, los escalofríos y la dificultad para respirar, lo más difícil en verdad fue empezar a olvidar los rostros de mis seres amados, como si una pesadilla asumiera el control de tus pensamientos.


Estar en un corto pasillo de 15 metros, con celdas que abrigaban el dolor de los que luchan y caminar frente a una celda que permanecía cerrada con cinco jóvenes que tenían más de 15 días sin salir, ni siquiera para bañarse; sentir el hedor humillante, y sentir la solidaridad de todos intentando burlar las cámaras de seguridad para poder pasarles algo más de comida de lo que eventualmente le suministraban, e incluso llegarlos a ver famélicos, orando todas las noches a las 12 en punto, rogando a Dios por el país y sus familias, lo único que hizo fue fortalecer la convicción de que esto debía terminar de la mano de la justicia y la democracia.


Esa primera sábana que alguien en medio de la fiebre y el dolor en todo mi cuerpo, me acercó para poderme abrigar de un aire acondicionado incontrolable a media noche y el primer pantalón que me prestaron para poder cambiarme, ese jabón azul que me regalaron sin siquiera conocerme para poder lavar mi ropa después de una semana sin poderme cambiar, y esas lágrimas de un compañero que me permitieron entender que ahí todos debemos llorar, lo único que me dejó fue la claridad de que una cosa es escuchar o leer lo que sucede en esa cárcel política y otra es vivirlo y salir para poder contarlo.


Imposible olvidar las cicatrices que muchos mostraban, producto de la tortura, imposible olvidar el organizado sistema de limpieza que nos imponíamos, y la cantidad de manos que sobraban cuando llegaba el agua para poder almacenarlas en potes plásticos.


Pasar del piso a una lápida con un colchón con resortes vencidos para tratar de conciliar un sueño que nunca llegaba, solo se compensaba con la llegada después de dieciocho días del primer libro que enviaba mi esposa, y las fotos de mi familia y sus primera cartas, filtradas por la censura de una dictadura a la que poco le importa tu intimidad.


Pero ya pasó un año, pude salir pero muchos aún no lo hacen, y debo agradecer tanto a mi familia, amigos, compañeros del Movimiento Democracia e Inclusión, partido político proscrito por el régimen, y almas generosas que abogaron por mi liberación; tanto que agradecer a mi esposa Martha Cambero, el amor de mi vida que nunca paró por lograr mi liberación a sacrificio de su propia salud, tanto que agradecer a mi madre María Cristina Evans, que logró esperarme para a la semana morir mientras la tenía en mis brazos; tanto que agradecer a mis hijos que mantenían encendida mi motivación para seguir viviendo; tanto que agradecer a mi abogado y hermano Álvaro Herrera y a Foro Penal, al equipo de Punto de Corte, a Enrique Ochoa Antich, tanto que agradecer a las ONG de Derechos Humanos en Venezuela, tanto que agradecer a los intelectuales y políticos venezolanos sin distingo ideológico, tanto que agradecer a la comunidad internacional y todos los periodistas y medios de comunicación nacionales e internacionales, tengo que agradecer tanto al amor de todos aquellos que rezaron día y noche por mi liberación, que sin duda me quedaré corto en estas líneas, sabiendo que no los nombre a todos, no por ausencia de amor.


Después de un año, sigo en mi país, y mis valores y convicciones se han fortalecido, convencido que ha valido la pena y seguirá valiendo la pena luchar por lo que creemos, con el aprendizaje de la experiencia, para no volver a cometer los errores que nos condujeron a esta desgracia.


Después de un año, suelto pero aún no libre, mi liberación ante la injuria de “odiar”, cuando mi objetivo principal ha sido la reconciliación con justicia y sin impunidad, no solo se consumará habiendo salido de esos sótanos infernales, sino cuando todo un pueblo, mi pueblo, se libere de la opresión de quienes no solo odian sino que tienen el poder para que su odio sea ley.


No soy hijo de la IV ni de la V, soy hijo de un país que liberó a otros pueblos, de un país de libertadores, que ahora le toca liberarse a sí mismo, y lo haremos, Dios mediante.

LibertadParaTodosLosPresosPolíticosCivilesYMilitaresYa

(*) Politólogo, magister en psicología social, profesor universitario, director de la Plataforma Comunicacional Punto de Corte y Presidente del Movimiento Democracia e Inclusión (MDI).

Punto de Corte no se hace responsable de las opiniones expresadas por sus autores, quedando entendido que son responsabilidad de sus autores

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