(Opinión) Pérez Jiménez, a 20 años de su muerte. Por Américo Martín

Américo Martín
Caracas, 22 de septiembre de 2021
@AmericoMartin

Se cumplieron en estos días dos décadas  de la muerte del general Marcos Pérez Jiménez, un personaje de nuestra historia sometido a debates que oscilan, cual péndulo, entre posiciones extremas que el Padre Tiempo ha ido atenuando emocionalmente, aunque en lo conceptual todavía no haya ocurrido lo mismo. Que haya sido un dictador militar llegó a ser un juicio aceptado por muchos. Como es natural las opiniones sobre el significado del dictador ya no despiertan pasiones, mientras      que en sentido contrario el vasto tema de la democracia se ha actualizado y profundizado entre sociólogos, políticos, politólogos e historiadores críticos, ha sucedido  que en respuesta a semejante proceso, ha tomado fuerza una corriente neo dictatorial que en animo compensatorio pretende quizá establecer el equilibrio entre las dos grandes corrientes,  ha sido en cierto modo un mecanismo compensatorio el que las ha equilibrado de nuevo. Mientras los admiradores de la democracia resaltan la importancia de sus avances conceptuales, la indicada compensación por parte de los amigos de la dictadura, en su afán de desconocerlos o minimizarlos,  los ha inducido a resaltar la obra material, a la que Mario Briceño Iragorry, por no apreciar ningún rasgo humano en ella, la redujo a ser una política de puro cemento armado.

De acuerdo con sus defensores, fue inevitable o necesaria para llevar adelante su gestión, calificada por ellos como muy superior a las de los gobiernos  de la transición democrática desde los Presidentes López Contreras y Medina Angarita hasta el llamado trienio adeco presidido por Rómulo Betancourt al que sustituyó el gobierno de don Rómulo Gallegos, elegido en forma impecablemente libre y  limpia, tal como ordenó la Constitución de 1947, para ese momento, la más democrática de América Latina.

Fue un proceso indetenible de democratización el que transcurre desde el general gomecista López Contreras hasta el de Gallegos. Se daba por segura su irreversibilidad al punto que, en cierto arrebato de euforia, Alberto Carnevali se atrevió a declarar que AD gobernaría 100 años. Era una jactancia ligera que no dejó de impresionar a la esposa de un urredista detenido durante un enjuague dudosamente golpista.

La dama, alarmada, se acerca a Andrés Eloy Blanco, respetado por tirios y troyanos y para la ocasión canciller del presidente Gallegos.

¡Ay, doctor Blanco, su compañero asegura que gobernarán 100 años! Y ahora ¿cuándo saldrá mi marido en libertad? Con el sentido de humor que nunca lo abandonaba, el gran poeta le respondió

  • No se preocupe señora, él es turco, le hará una rebajita.

Bueno, el caso es que no gobernaron ni cien ni un año porque los militares derrocaron a AD en menos de un año.

Pero, seguramente la señora del cuento, sin necesidad de golpes ni de “rebajitas” habría recuperado a su marido en pocas semanas, así de liberales eran los gobernantes civiles de la naciente democracia.

Hoy se dice que el apoyo militar es el cimiento del gobierno madurista. Eso es posible, pero habría que hacer una breve aclaratoria.

Para Arráiz Lucca la dictadura de Pérez Jiménez tuvo un carácter corporativo, basada en el espíritu de cuerpo de las FAN, más que personalista. Yo pienso que ese respaldo fluyó en América Latina -y otras partes- a través de logias que se atribuían una misión generalmente brutal.

En Venezuela, Colombia y Perú las circunstancias, en parte casuales y en parte obras sistemáticamente organizadas; en Nicaragua y Dominicana Somoza y Trujillo fueron impuestos desde el exterior por la guardia nacional. Y Batista, en Cuba, una curiosa mezcla de político y militar, que le sacó provecho a las crisis y escisiones partidistas.

Y en cuanto a la realidad actual de Venezuela, aún estamos estudiando el tipo de relación que se forjó entre un caudillo militar, una izquierda tradicional y las fuerzas armadas.

¿Quién derrocó la dictadura de Pérez Jiménez?

¿Cómo se percibirían –en este momento- los seguidores de la dictadura perezjimenista?

El economista Tomás Enrique Carrillo Batalla, después de tocar tantas teclas en busca de los culpables de semejante acontecimiento, llega a la conclusión que el verdadero autor fue el propio dictador. Probablemente el hecho  de que el 23 de enero de 1958 estallara una insurrección cívico militar con apariencia de unanimidad, pudiera ser invocado para demostrarlo.

La verdad es que la dictadura fue perdiendo lealtades con una rapidez sorprendente. No tuvo que perder a todos sus seguidores, no, para verse obligada a entregar el poder. Muy a pesar de decir y reiterar que a  él nadie le exigió que  abandonara el poder y, por eso, nunca fue derrocado.

Ante la incongruencia de que realmente lo fue, la explicación que se le vino a la cabeza fue, que traicionadas vilmente sus queridas fuerzas armadas, él no quiso tener responsabilidad alguna en que ese instrumento tan caro desapareciera y prefirió renunciar.

Esas situaciones insólitas nos rodean como fantasmas, precisamente porque la FAN de hoy  no tuvo la consistencia y claridad de la logia peronista, ni la de la Unión Patriótica Militar venezolana tampoco se formó al calor de una revolución como la fidelista, o de la incapacidad de erradicar la democracia que tenía mucho arraigo en Colombia, Perú y Chile, pese a los rasgos fascistas que caracterizaron a Pinochet, pero no así a Rojas Pinilla y Odría, quienes  terminaron evolucionando hacia la democracia, en medio de contradicciones e imperfecciones.

*Punto de Corte no se hace responsable de las opiniones expresadas por sus autores, quedando entendido que son responsabilidad de sus autores

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