(Opinión) Odio de clase. Por Américo Martín

Américo Martín

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Caracas, 11 de agosto de 2021
@AmericoMartin

Metidos de lleno en la tarea de ganar el más importante de los sindicatos petroleros de Venezuela, el de Lagunillas, Gerásimo Chávez y yo demostramos que era perfectamente posible ganarle las elecciones a quien fuera, siempre que nos apegáramos a las tres o cuatro reglas de oro que parecían guiar por ocultas sendas los triunfos de las dirigencias de AD y el MEP.

Estaba escrito en el Libro de los Cielos que el desenlace fuera el mismo, y no por fraude o trampas de cualquier tipo, sino por votos tangibles, salidos de manos laborales. El caso es que los vencedores por esta vez fuimos nosotros para asombro colectivo. Como presidente electo habló Gerásimo y de seguidas los sorprendidos petroleros de Lagunillas  pidieron a gritos que yo clausurara el acto.

Dados mis antecedentes izquierdosos, en los laboratorios de  los tradicionales vencedores, ordenaron un orquestado ataque para anular lo que nuestra plancha pudiera imaginar. Pero la ansiedad y falta de unidad los indujo a cometer un error que creo fue decisivo a nuestro favor. Los que me presentaron como un radical intransigente quisieron neutralizar a los electores de esa corriente, tratando de presentarme ante ellos como un traidor, porque no me daba por enterado de los llamados a intensificar insultos y asumir un izquierdismo pasado de moda y que en nada respondía a las demandas laborales.

Ninguno de nuestra plancha cambio la línea serena unitaria y muy estricta en lo concerniente a consignas reivindicativas y reformistas de índole socialdemócrata.

Respondíamos con afabilidad y mano tendida a quienes,  hundidos en su caótico lenguaje, no se percataron de nuestros avances en sus bases. Simplemente, allí materializamos la primera de nuestras reglas de oro,  ganar a los que puedan ser atraídos, no importa cuán violentos hayan sido contra  nosotros, antes de que nuestra campaña afable comenzara a ganar terreno entre ellos. Amigos nuevos son tan amigos como los viejos y para nada removíamos antiguos agravios y facturas por cobrar.

Cierto agresivo postuló las supuestas influencias del odio, en tanto que fuerza movilizadora. Se metió en una caverna oscura desde la que gritaba como poseso lo que llamaba “odio de clase”, que suscitó un generalizado rechazo, a partir del cual sus propios compañeros le cambiaron el nombre para endilgarle el de “odio de clase” Montiel, si mal no recuerdo. Lo que nunca olvidaré es el inmenso sentido  de gracia de los zulianos, del que el amigo “odio de…” no parecía disfrutar.

La pasión del odio no sostiene ninguna buena causa. Y a propósito del Apóstol José Martí, un líder adornado con todos los dones del mundo, se permitió declarar que el supuesto negado de que Dios odiara a un solo mortal, él, Martí, odiaría a Dios. Pero Martí era un ejemplo de amor a la divinidad por sobre todas las cosas. El estupendo poeta de la modernidad, poderoso orador político y luchador insigne por la libertad, nunca hubiese exhibido otra causa que no fuese divina y humana, humana y divina.  Era un hombre libre como la brisa y  lleno de caminos, como la democracia.

Quedan reflexiones posibles sobre variantes de la relación del odio y la política. El país, cierto es, se siente agraviado, pero más que eso, está siendo víctima de una política gubernamental que le cierra todos los escapes. El régimen se ha mantenido  virtualmente en la misma pauta durante veintidós años y la impresión, en todos los sentidos revisables, es que no hay progresos sino un visible e indetenible retroceso.

Nada de extraño es que se haya ido posicionando en nuestra sociedad un agobiante malestar en marcha acelerada hacia un intenso odio que no da ni pide cuartel. Puede comprenderse que en atmósfera como la prevaleciente, el dialogo y la negociación de acuerdos estén rodeados hasta de hostilidad.

El punto es que si contribuimos de alguna manera a bloquear la comunicación en vez de abrirle posibilidades, no habrá forma de escapar de la trampa en que nos encontramos. Por suerte se aprecian nuevas aperturas, el dialogo mexicano no es un caso aislado. Que se escenifique en un país considerado como aliado del madurismo, ayuda al régimen a mejorar el carácter de sus decisiones, marcando una posibilidad de confluir electoralmente con las tesis de Guaidó, aprovechando que la muy grande comunidad internacional le guarda una lealtad “condicionada”, a que no asomen practicas violentas antes que la salida electoral, que va predominando en Venezuela y es curiosamente respaldada hasta por los principales aliados internacionales del madurismo. México, que lo es aun cuando con reservas, y Rusia, China, Cuba. Lo cierto es que nadie está opuesto a elecciones libres, ni se atrevería a estarlo. Puede decirse que la aplastante mayoría comparte la agenda que se debata con el auspicio del   López Obrador, 

Por supuesto, es dable sospechar de insinceridades, lo que no resta importancia a los avances ya logrados, ninguno de los cuales puede superar la victoria para todos, que sería conseguir una salida electoral para la crisis de Venezuela.

*Punto de Corte no se hace responsable de las opiniones expresadas por sus autores, quedando entendido que son responsabilidad de sus autores

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