Caracas, 04 de agosto de 2021
@AmericoMartin
Fausto Masó, periodista y editor de sobrada celebridad se permitió llamar “la belle époque” de la República de Venezuela al período democrático que va del 23 de enero de 1958 al 6 de diciembre de 1998. Se trata de los famosos 40 años más elogiados o, por el contrario, más severamente cuestionados de la Historia civil venezolana. Si se quiere certificar, por cierto -que la nuestra ha sido una narrativa de la descalificación y el desencuentro-, nada más apropiado que invocar esos juicios antagónicos acerca del valor de aquellas cuatro décadas de la vida nacional, cuando se han acumulado ya suficientes obras materiales y espirituales como para evidenciar que sin duda fue, en comparación con cualquiera otra, una belle époque o, dicho ahora con frase de Rodolfo José Cárdenas, “La edad de oro de la historia nacional”.
El caso es que se han editado serios trabajos de investigación que, sin excluir desaciertos ni atentados contra los caudales públicos, permiten absolver esos años de la mayor parte de los cargos que pretendieron empañar su ruta o desconocer la magnitud de sus obras físicas y espirituales.
Acaba de ser editada la rica investigación elaborada por la geógrafo venezolana Rosa Estaba, La construcción de un territorio: Venezuela 1500-2000, quien logra liberar los hechos de exageraciones intencionadas. Una de las novedades que aporta esta obra es la complementación de la geografía y la historia como una vía perfecta para llegar a la verdad.
El triunfo de la democracia en 1958 desencadenó un interesante debate, tal vez impulsado por la urgencia de proporcionarle fundamentos ideológicos consistentes, lo que nos metió de cabeza en la confrontación entre ideologías duras y blandas, que tenían plazas fuertes ubicadas en Europa oriental, dominada por la Unión Soviética, Europa occidental, con claro predominio democrático y el maoísmo con inicial influencia en el mundo asiático. Con el indetenible fenómeno de la globalización cobraron fuerza las ideas liberales y de mercado, pero la perdieron sin remedio las tendencias ácratas del trotskismo, el titoísmo yugoeslavo, terreno fértil para que buscaran colocación en el campo de las ideas, el tercer camino, nuevas variedades del nacionalismo, el fidelismo y el pensamiento de Mao, estrechamente vinculado a la demoledora Revolución Cultural.
En semejante desorden fue inevitable que brotaran corrientes puramente descriptivas, tales como El socialismo del siglo XXI, al que ha sido difícil encontrarle algún contenido conceptual con vocación de permanencia o de sustentabilidad. Por eso han entrado en severo retroceso las que durante algunos años parecieron deslizarse en la carrera por el futuro, tales el fidelismo y el maoísmo, sin que el ímpetu que las alentaba tampoco muestre signos de renovación o desarrollo.
En Latinoamérica el infradesarrollo pone en juego la sobrevivencia del socialismo más allá de fantasías y quimeras. Del mismo modo que en el siglo XIX Marx descalificaba como fantasías el socialismo, llamado por él, utópico y lo condenada a la extinción frente al “científico” impuesto por él, lo que se ha colocado con rotunda claridad, es que el marxismo, el leninismo, el fidelismo son otras tantas utopías sin futuro ni posibilidad de ir muy lejos.
Esto por supuesto no es una tragedia sino un reto para verdaderas renovaciones que, por el momento, no terminan de asomar el rostro.
Más que ideologías puras y duras, lo que se planta en el terreno son corrientes ideo-políticas con voluntad de progreso, tales como algunas variedades de la socialdemocracia y la democracia cristiana, que optan por estrechar sus lazos con la democracia política y social y con las instituciones liberales de las que se vienen dotando para darle estructura al Estado de Derecho. La confrontación vigente es, pues, la que se libra entre la realidad democrática y la utopía socialista. En los años dorados de la República Civil venezolana (e iberoamericana), las polémicas que llevan carne palpitante en su seno, son esas y no el eterno errar por el mundo de las ideas, mientras más abstractas mejor o peor.
La Sociología, la politología, la historia crítica consideran que la “democratización” tiene un sentido más concreto que la pura democracia, porque es mediante ella que cristalizan instituciones, que le dan materialidad, riqueza y variedad al sistema democrático. Proporcionándoles respuestas concretas mediante Constituciones leyes, decretos y otros actos de efectos generales.
El porvenir democrático de un país está asociado al avance de la democratización, el de la democratización a la Libertad y el de la Libertad a la indivisible prosperidad física, moral y espiritual de las naciones.
Es la vida misma de la confrontación sin dogmas. Esas múltiples posibilidades son factibles en un Estado de Derecho que excluya las rigideces doctrinarias y amplíe los espacios del debate espontáneo, libre y sin estúpidas sacralizaciones.
*Punto de Corte no se hace responsable de las opiniones expresadas por sus autores, quedando entendido que son responsabilidad de sus autores
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