25 abril, 2024

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(Opinión) El talibán. Por Américo Martín

Américo Martín
Caracas, 25 de agosto de 2021
@AmericoMartin

Mientras en México se prepara el escenario para seguir la confrontación entre la oposición y el oficialismo venezolanos, el Talibán hacía su entrada triunfal en Kabul en medio de señales vehementes de que los extremistas islámicos  serían puestos en libertad e incorporados a una santa alianza sedienta de venganza. En las cárceles y lugares donde se refugian, los puños de los partidarios de Al Qaeda, el Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS), el Estado Islámico de Khorasan (ISIS-K), cuya doble particularidad es ser una fracción autoproclamada del ISIS, que se ha convertido en una de las principales amenazas al aeropuerto de Kabul, todo en medio de clamores de odio. Esas muchas fracciones, dan una idea del estado de caos de las fuerzas dirigidas por el talibán. Y lo más grave es la incidencia de esa multidirección extremista en la crisis económica, una de las más severas del mundo.

En tanto que república perteneciente a la antigua URSS, Afganistán mantuvo una perniciosa y desigual relación comercial con Moscú, que explica el pésimo estado de su  economía y de su deuda externa.

La sobrevivencia solo pudo concebirse en fuerte tono militar. La ofensiva final para apoderarse de Afganistán se ordenó en paralelo con el anuncio del retiro de la región de unos cinco mil soldados residuales del poderoso ejército norteamericano y de la subsecuente retirada del resto del ejército afgano, siempre bajo la estricta dirección y equipamiento fue así como pudo encarar  la salvaje ofensiva del Talibán.

La siniestra  huella dejada en su anterior gobierno en el alma de la atormentada nación afgana envolvió a esa sufrida República islámica y explica la mezcla de terror al tiempo de firme decisión de morir con las  botas puestas.

Un verdadero “barrecampo” se cernía sobre el país, especialmente sobre mujeres y niñas, pero en general sobre quienes no profesaran, con furia obsesiva, la fe musulmana a la manera extremista que la aplican  en las principales provincias de Afganistán y de repúblicas vecinas.

La serena firmeza de soldados y pueblo inclinados a evitar a toda costa la repetición de la ola de mutilaciones y homicidios, desatados por el extremismo islámico en su anterior régimen, permite pronosticar que las cosas no serán tan fáciles en esta nueva intentona. No es descartable que la respuesta que los espere se traduzca en una derrota que, de paso, permita emprender una fuerte contraofensiva contra el fundamentalismo expandido por la República.

Pero es preciso ir a los límites del maximalismo, para que no incurra en lo mismo que más bien debe combatir. La venganza sin motivo claro, sino solo para dar salida a pasiones volcánicas, debe ser erradicada, a menos que las partes confluyan en una fecunda negociación susceptible de restablecer los ideales de la libertad y la convivencia, o algo parecido. No es nada sencillo, por supuesto, pero lo peor es dejar correr los potros del extremismo.

En un grado afortunadamente mucho menos intenso, el debate que se libra entre varios grupos de la lucha política venezolana, están removiendo miasmas parecidos a las expresiones maximalistas que el Talibán está alentando. Sería lamentable que gente certificadamente democrática disfrute haciendo suyas consignas y subvalores antidemocráticos. No faltan quienes convierten en malditas, palabras  como  “diálogo” y “negociación” e incluso rechacen la posibilidad de sentarse a dirimir diferencias, olvidando que en contactos de ese género cada parte conserva y defiende libremente sus propias ideas y emblemas.

Se parte de un principio fundamental y es el de la trascendencia de la unidad del país en libertad, en el marco de las diferencias que nos enfrentan y separan, sin necesidad de irnos a las manos o las armas. Las líneas pueden alejarse o acercarse pero lo ideal es evitar que se desborden.

Permítanme ahora hacer una digresión a propósito de nuestro gran pelotero Miguel  Cabrera. Me lo imagino en este momento  caminando  lentamente y con aire sobrado hacia el cajón de bateadores. Juraría que ni el más tenaz de sus adversarios esperaría verlo fallar. Los dos equipos, y no solo el suyo, el de los Tigres de Detroit, y el público que plenaba los tendidos. Y por supuesto, los venezolanos que ya lo habían hecho con nuestros extraordinarios medallistas Olímpicos, no movieron ni una pestaña, aguantaron la respiración y siguieron la trayectoria de la pelota cuando el bate la chocó.

  • Ahí va un batazo largo la bola va, va y se fue. Jonrón de Miguel, nada menos que el 500 de por vida.

Así sea por varios minutos, este noble pelotero repitió la hazaña de nuestros medallistas olímpicos. Y ahí sigue, brindándole a sus compatriotas el sentido profundo  de la convivencia civilizada. Un premio que nunca podrá proporcionarnos el cubrir de insultos, amenazas y desprecios que la unidad sincera de los adversarios, dados a la venganza y el odio jamás podrían regalarnos.   

 

*Punto de Corte no se hace responsable de las opiniones expresadas por sus autores, quedando entendido que son responsabilidad de sus autores

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