Caracas, 23 de mayo de 2022
“Cuba es un paraíso, para el cubano señores” Cínica frase de Ali Primera.
En 1997 tuve oportunidad de visitar Cuba en compañía de mi padre. Ese viaje cambió mi paradigma político de modo irreversible. Desmontó de manera definitiva la estrofa cínica de un cantautor venezolano que pregonaba: “… Cuba es un paraíso, para el cubano señores”.
Ya en la Habana, nos encontramos con un paisano, médico de Upata, que hacía un posgrado en la isla caribeña. De modo que lo observado en 4 días y 3 noches fue suficiente para desmontar el fraude político más colosal diseñado en el continente americano que se vendió como la “revolución cubana”.
Fidel Castro se llenaba la boca diciendo que la Cuba de Batista era el “burdel de América”. Hoy, si aquéllo era cierto, Cuba fue a por mas y es el burdel del mundo, con la revolución en el papel de su más confiable proxeneta.
Fue en el malecón de la Habana donde una anciana desaliñada nos hiciera las ofertas sexuales más audaces, incluyendo la virginidad de su hija menor de edad. Mientras mi paisano me confesaba que su tutora de posgrado en las noches ejercía de “jinetera”, prostituta en el argot cubano. O confesarme que al solicitar los servicios de una ellas, e imposibilitadas estas, de ingresar a los hoteles, en su propia tierra, han convertido la industria del sexo en una microempresa familiar en la que incluso padres, esposos e hijos, forman parte del círculo mercantil que se desarrolla dentro de sus hogares. “No se exagera cuando se afirma que una de las principales fuentes de ingreso financiero de la isla es el turismo sexual, incluyendo la pedofilia”, terminó sentenciando el galeno upatense que nos servía de guía en los paseos nocturnos por la vieja Habana. El orgullo, la dignidad y firmeza de la “revolución cubana” y sus Castros ha sido honrada a un altísimo costo con la humillación de todo el pueblo cubano.
En un hospital destartalado donde atendían a mi padre, víctima del “turismo de salud”, otra estafa de la revolución, nos abordó un señor que al percatarse de nuestro origen venezolano nos confesó que su hijo había migrado a Venezuela, triangulando con un noble médico valenciano un taller de reparación de transformadores eléctricos. La ruta de fuga fue planeada por el galeno venezolano, quien solicitó los servicios del cubano en nuestro territorio, al llegar este a Valencia, solicita el asilo, su esposa en Cuba, se divorcia; el médico viaja a la habana, se desposa con la divorciada y regresan a Venezuela donde la pareja cubana pudo reencontrarse. Todo un artificio para burlar las reglas del “paraíso comunistoide castrista”.
Una “revolución” que pretende ocultar en su arrogancia la vulnerabilidad soberana de la isla. Fustigan a los EEUU, pero es el dólar americano el que mueve su maltrecha economía local. Nadie hace operaciones en “pesos cubanos”. Las “tiendas diplomáticas”, eran precarias bodegas donde se le expendía a los turistas productos de contrabandos, provenientes básicamente de México. En esas tiendas los nativos no tienen acceso. Tienen prohibida la entrada a las tiendas. Eso los obliga abordar a los turistas en la calle para cómprales con sobreprecio algún producto importado; bien sea éste una Coca Cola, jabón o artículos de limpieza.
Al solicitarle a un taxista que me me llevara a un sitio donde podría comprar habanos o ron cubano, no dudó en llevarnos a la embajada de Vietnam donde ofrecían mejores precios y facturas. En pocas palabras, una revolución robándole a otra.
Las calles del miedo caracterizan esa hermosa ciudad y su gente. Cualquiera te aborda entre susurros para presentarte un menú de ofertas y productos, pero lo hacen escondiéndose hasta de su sombra. Cualquiera de los ofertantes cambian de discurso conforme al transeúnte que nos rodea, y brincan de ofrecerte un habano a buen precio, a las bondades de Fidel. Dependiendo, siempre, del que se acerque a la conversación. Es un Estado policial de terror. Fue en Cuba donde el chavismo copió el símil de los “patriotas cooperantes”. Ese miedo lo vi desbordado en la “clínica” donde me alojaba con mi papá, una vieja casa de los años 50, convertida en recinto de turistas de salud, cuando el policía que montaba guardia se dirigía a mi, sin verme a la cara, e indicándonos que le hiciéramos el favor a un ciudadano que requería comprar una medicina dentro de la clínica a la que los cubanos no tienen acceso. Fue en esa misma clínica donde la señora de mantenimiento nos solicitó que le vendiéramos el jabón, la crema y cepillo dental, la afeitadora y el papel higiénico que usamos en la pernocta. Allí en esa clínica vi por primera vez una cadena de televisión, con el sátrapa de Fidel Castro, en un monólogo de más de 5 horas, anunciando la hazaña científica de una mata de platano que había parido dos racimos. Entonces, creía, que si en Venezuela un Presidente hiciera lo propio los venezolanos lo echaríamos inmediatamente a patadas de Miraflores. Me equivoqué, nos equivocamos.
Fue en esa paradisíaca isla, donde en 1980 se dio el éxodo de Mariel, más de 150 mil cubanos migraron intempestivamente hacia EEUU luego de la irrupción de 3 ciudadanos en la embajada de Perú, desencadenado una crisis diplomática; evento que el criminal de Fidel aprovechó para “limpiar” sus carceles liberando a toda su escoria humana e infiltrarlos entre los migrantes, siempre con la intención de desacreditar a los exiliados, reforzando la idea mitológica de que quien no quiere vivir en “revolución” es obviamente un “gusano”. Esa misma “política” la instrumento Maduro para desacreditar la diáspora venezolana.
Desde 1978 hasta mi regreso de la Habana en 1997, tuve en mi biblioteca un afiche gigante del Che Guevara; ese día lo baje de su pedestal y lo tiré a la papelera; con ese gesto quise honrar la memoria de todos los cubanos que han sido y siguen siendo víctimas del holocausto humano de la tiranía totalitaria y paranoica de ese régimen criminal que se sigue exhibiendo como la panacea latinoamericana. Me tranquilizaba la idea de que la historia le reserva una papelera para la basura a esa vergüenza que una vez bajó de la Sierra Maestra como una esperanza y terminó como una vergüenza.
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